1960...
Mil novecientos sesenta y sesenta y uno, fueron para mí años difíciles. Criado y educado con toda delicadeza y con la consiguiente supresión radical de cualquier connotación que se aproximase al concepto sexo (como era de rigor en una familia católica y burguesa de la época), como único hijo varón entre cuatro hermanas, encajar con los compañeros del colegio de los curas de los Sagrados Corazones me costó ciertos sinsabores. En "Ingreso" (9 años) y en Primero de Bachiller (10 años) estuve sendos periodos de tres y cuatro meses fingiendo una enfermedad a base de trucar la temperatura del termómetro que curiosa y extrañamente mis padres respetaron con el consiguiente alejamiento de las aulas y la desconexión con la actividad y los compañeros escolares. Pero entonces no se llevaban los niños al psicólogo.
Mil novecientos sesenta y sesenta y uno, fueron para mí años difíciles. Criado y educado con toda delicadeza y con la consiguiente supresión radical de cualquier connotación que se aproximase al concepto sexo (como era de rigor en una familia católica y burguesa de la época), como único hijo varón entre cuatro hermanas, encajar con los compañeros del colegio de los curas de los Sagrados Corazones me costó ciertos sinsabores. En "Ingreso" (9 años) y en Primero de Bachiller (10 años) estuve sendos periodos de tres y cuatro meses fingiendo una enfermedad a base de trucar la temperatura del termómetro que curiosa y extrañamente mis padres respetaron con el consiguiente alejamiento de las aulas y la desconexión con la actividad y los compañeros escolares. Pero entonces no se llevaban los niños al psicólogo.
Mi padre cuidó a su modo, sin embargo, que no hubiese factores "extraños" en mi personalidad y me llevaba al cine a ver películas de guerra, de barcos, de ciencia ficción que a él le gustaban y a mi me entusiasmaban , no solo por su contenido sino por la identificación con el rol masculino y el privilegio concedido por mi padre como varón. Con lo que su misión resultó desde luego exitosa
Por otro lado, y coherentemente, he de confesar una sensibilidad algo prematura hacia el sexo femenino. Pero cuantos de nosotros, los varones de mi generacion, no nos enamoramos, tan tempranamente como allá por el 60, de Marisol.
El primer sueño de amor, platónico desde luego, la primera "mujer" ideal de la que nos enamoramos rendidamente y en secreto, con la verguenza del niño , del adolescente en ciernes que no se atreve a confesar sus primeros sentimientos. La primera "Rubia" , la rubia por excelencia, la luz y el fulgor del amor intuído en el corazón como aquel rayo del título de su primera película que nos hirió como un Cupido precoz. Marisol, para siempre en el corazón.
Marisol.
Nana Napolitana
(1960)
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